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miércoles, 22 de marzo de 2017

¡Trump, Trump, Trump!

Hace unas semanas pasé por una tienda de telefonía móvil de mi ciudad que anunciaba sus productos con música moderna. De las torres de sonido, una voz varonil de registro grave, a modo de percusión, emitía la frase ¡trump, trump, trump! a modo de ostinato, en tanto que a los pocos segundos se escuchaba una débil voz de mujer o de niño que gritaba ¡aaaaargh! o ¡aaaaaay! Cada frase del ostinato se atornillaba en el suelo, como si fuese el sonido de las pisadas de un gigante dinosaurio.

No sé si fue casualidad o los autores de esa música lo hicieron con toda intención. Yo ya he escrito sobre este siniestro personaje e incluso abrí el hastag #DonaldTrumpBigBossNoShit, apoyandome en la teoría del jefe, teoría de la cual los sociólogos nos pueden dar algunas amplias explicaciones.

El hecho es que los vecinos del norte tienen un presidente que fue elegido por una minoría y ha puesto en jaque a su democracia; además, amenaza con dividir las familias de los indocumentados que caigan en sus garras, con dinamitar la relación comercial sostenida por décadas con uno de sus principales aliados: México: Amenaza también con hacer estragos entre los chivos expiatorios latinoamericanos basado en argumentos fascistas y racistas en vez de solucionar los problemas atacando a su raíz.

Me explico, según grandes economistas como Benjamin Stiglitz y otros de su nivel, la causa del desempleo en Estados Unidos se debe a la automatización de la vida. De este fenómeno ya daba cuenta Carlos Marx en el siglo XIX: la división del trabajo es la antesala de la automatización; y, cuando una tarea es tan sencilla y mecánica que puede ser realizada por una máquina, la máquina desplaza al ser humano y ayuda a producir en escala y con mayor velocidad. Este fenómeno se ha acelerado con la participación cada vez más frecuente y profunda de las computadoras o de máquinas controladas por ellas. El asunto es grave, porque ahora hay máquinas con inteligencia artificial que pueden hacer tareas bastantes complejas, tareas que en otro tiempo era impensable que las realizara cualquier máquina.

Por ejemplo: en la década de los ochenta del siglo pasado cualquier jugador de cuarta fuerza podía derrotar a una computadora jugando ésta en su nivel más fuerte. Hoy hay programas que tienen un nivel de fuerza superior al más alto que haya logrado un campeón mundial de carne y hueso. Las computadoras invaden las áreas de diseño de imagen o de grabación de sonido. Controlan las entradas y salidas de los aviones en un aeropuerto; de hecho, ahora puedo opinar libremente sin tener que gestionar la publicación de este artículo en la prensa tradicional. Por otra parte, como dijo nuestro presidente Vicente Fox: "Los mexicanos hacen las tareas que ni los negros quieren hacer". Es una frase con una fuerte carga racista, pero está bien dicha, pues les habla a los del Tea Party en su idioma y con su ideología.

En entradas anteriores me he preguntado si Trump es tonto o no. Cualquiera que llega a ser presidente de un país tiene el beneficio de la duda, de tal suerte que puede concedérsele que todas las estupideces que dijo en campaña electoral formaban parte de una estrategia para hacerse del poder, apelando a la estupidez de un sector grande del electorado, pues desde hace muchos años se sabe que la estupidez humana es infinita: ya lo dijeron los judíos Albert Einstein y Wilhelm Steinitz, judíos mucho más inteligentes que Benjamín Netanyahu, admirador de Trump, fuertemente cuestionado por la comunidad judía mexicana. El problema es cuando este personaje se cree sus propias mentiras y se dispone a hacerlas realidad.

Igualmente tontos son los líderes belgas que le hacen el juego al fascista norteamericano discriminando a inmigrantes latinoamericanos para combatir los atentados terroristas cometidos en tierras europeas por grupos pseudo islámicos. De hecho, en París, un atentado se frustró gracias a que había unos narcos colombianos que abatieron a los terroristas. No se puede culpar a los latinos ni castigarlos por lo que hacen las células terroristas del Cercano Oriente; las cuales, a su vez, por poco que se indague, están financiadas y entrenadas por grupos de inteligencia norteamericanos o de grupos fascistas europeos, quienes a través de sembrar el terror entre su población pretenden justificar la cancelación de derechos humanos dentro y fuera de su territorio, en perjuicio de la gente inocente.

La humanidad tiene una memoria frágil y ha olvidado la gran cantidad de muertes y pérdidas económicas que significó la Segunda Guerra Mundial y ahora apoya y secunda a nuevos líderes fascistas, pero que son más peligrosos que el propio Hitler, porque son más poderosos y tienen una maquinaria bélica mucho más moderna y sofisticada.

Este fascista (Trump) pasa por alto el hecho de que la automatización de la vida también ha generado desempleo en México y Centro América y que no todos los inmigrantes que cruzan el Río Bravo son mexicanos. De hecho, muchos no llegan al coloso del norte y se quedan en tierras mexicanas, las que son para ellos una tablita de salvación en calidad de "peor es nada".  No es raro ver en las ciudades mexicanas que están en el mapa de la ruta de inmigrantes que los cruceros de las calles estén llenos de centroamericanos suplicando a los automovilistas "papi, papi, soy hondureño, ayúdame con una moneda".

Ahora que van a renegociar el TLCAN, se debería considerar que las trasnacionales se han beneficiado saqueando a Centro y Norte América, destruyendo comunidades enteras e incluso devastando la naturaleza. Hace apenas unas cuatro o cinco décadas México era potencia productora de alimentos. Eran los tiempos de la llamada "Revolución Verde". Ahora México tiene que importar maíz y frijol, los cuales, para completar el cuadro, suelen ser transgénicos y con muchos menos nutrientes.

Pero eso sí, en México hay ciudadanos que se apresuran a darle fundamento a los argumentos de Trump de que todos los mexicanos somos deshonestos. Cualquier empresario mexicano sabe que de cada diez aspirantes a un puesto de trabajo, ocho van con la intención de defraudarlo. La clase política mexicana se dedica a una de dos: a saquear inmiseriordemente el erario o a mentir y acusar a los políticos rivales de ser lideres de este saqueo: o es verdad y son unos ladrones, o son las personas más honestas del mundo y sus detractores son unas serpientes que mienten y calumnian a placer. En ambos casos, queda demostrada la deshonestidad.

Creo que todos los mexicanos, desde el investigador que llena las encuestas en su casa hasta el diputado que emite leyes, pasando por el actuario de un juzgado que recibe sobornos para no encontrar al demandado o el defensor de los jubilados que aboga por luchar en terrenos perdidos de antemano en lugar de ganar un amparo que los proteja, todos debemos hechar por tierra la frase "la corrupción somos todos". Esta frase es una paráfrasis de otra, emitida por José López Portillo que decía "la solución somos todos"; pero, como hay que predicar con el ejemplo, la frase degeneró en su contrario. Sin embargo, en ambas versiones, la frase es verdadera: todos somos la solución o el desastre. Y, en el caso de ser un pueblo que está amenazado por un poderoso facista, deberíamos de cerrar filas y luchar por nuestro país con honestidad, cada quien desde su ámbito de competencia, desde su nicho, desde su trinchera.