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lunes, 29 de enero de 2018

Se fue otro grande

Hace unos días murió el gran director de orquesta mexicano de nombre Francisco Savín (1929-26 de enero de 2018), con lo que se cierra otro ciclo y una época dorada para la música mexicana y la veracruzana en particular.
No voy a hablar de su biografía, pues eso ya está documentado y es fácil de encontrar en las redes sociales y en otro tipo de publicaciones. Voy a hablar desde mi experiencia personal, pues tuve la fortuna de concerlo desde mi pubertad. Iniciaba la década de los sesenta del siglo pasado, el último del milenio anterior. La foto que acompaña a esta remembranza fue tomada en aquella época. El maestro Savín tendría a lo sumo 33 años. Se le daba la oportunidad de dirigir a la Orquesta Sinfónica de Xalapa, que por aquel entonces ya se perfilaba como una de las mejores del país. El Teatro del Estado de la ciudad de Xalapa (la O.S.X.) estaba recién inaugurado; de hecho, a Paco Savín, como lo conocíamos, le tocó ser uno de los protagonistas el día de la inauguración: fue el director que abrió fuego en la Sala Grande, hoy conocida como la Sala Emilio Carballido y de sus manos mágicas salió la interpretación de la obertura Semiramis de Rossini, el Concierto para piano en La menor de Robert Schumann con Gerhard Muench como pianista (otro grande que hizo historia en la vida musical de nuestro país), Janitizio, de Silvestre Revueltas y la segunda suite de Daphnis y Cloe de Ravel. Era un repertorio que incluía música de creación reciente para inaugurar un teatro de aquella modernidad. Hoy han pasado ya más de cincueta años de ese episodio. El Coro de la Universidad Veracruzana también estuvo presente, bajo la dirección de Jesús Nuñez. Yo no estuve el día del estreno, pero pronto asistí a los conciertos matutinos. El ahora Doctor Juan José Barrientos era alumno de mi señora madre, la también ahora Doctora María Christen, quien, o me sonsacó o convenció a mis padres o mis padres me encargaron con él (tal vez a cambio de un punto en la materia de literatura, ja ja). El caso es que gracias a la instigación de este personaje fuí al teatro a oír la Obertura Rosamunda de Schubert. Tal vez era un ensayo, porque era en la mañana, casi a medio día. La escuela primaria Carlos A. Carrillo no está tan lejos del Teatro del Estado, se puede ir ahí caminando. Por aquellos días estaba de moda un baile que se llamaba el twist. https://www.youtube.com/watch?v=MggQSspSGU8 
Sir Adrian Boult, un director de orquesta inglés, recomendó en su libro para dirigir orquesta no menearse sobre el podium. Más el joven Francisco Savín, cuando la música se animaba y era compleja, olvidaba o transgredía intencionalmente ese consejo. Precisamente por eso Juan José Barrientos me dijo que me fijara cómo dirigía, porque por momentos bailaba el twist. Ya sé que los puristas dirán que un director de orquesta debe estar tieso y nada más mover la batuta, que el podium no es un lugar para danzonear; o, en su momento, bailar el twist. Pero Paul Hindemith recomendaba a los pianistas tocar "con el sexto dedo" si era preciso, o tratar al piano como una especie interesante de batería de jazz. Que una música creada o tratada de manera incorrecta pero que sonaba bien, estaba bien; o, por el contrario, si una música estaba bien escrita o bien ejecutada, pero sonaba mal, entonces estaba mal. Hago suyos los comentarios irónicos de Hindemith, para elogiar a Francisco Savín ¿Qué importaba que trasngredira las normas si el resultado sonaba bien?
Siendo joven, no duró mucho tiempo al frente de la Orquesta Sinfónica de Xalapa la primera vez. Sólo dos años. Pero dejó muy buena impresión y, pese tener a formidables competidores (entre otros al también ya fallecido Luis Herrera de la Fuente, con quien compartió la época dorada de la O.S.X. en tiempos del auge petrolero), tarde o temprano fue recontratado. Fue recontratado tres veces más. Y los músicos de la O.S.X. que tocaron bajo su batuta, lo recuerdan como el mejor director que haya tenido esta orquesta, no porque Ian Franco Marcelletti sea mal director, porque no lo es, sino porque Savín algo tenía que logró una gran empatía con la O.S.X. Como que eran el uno para el otro, porque Savín, excelente músico, no logró los mismos niveles fuera de Xalapa.
El caso es que Savín es uno de los que hicieron considerar a mis padres que la carrera de músico sí era un ofico que podía dar de comer a su amo. Los eruditos recordarán que Sancho Panza dijo "oficio que no da de comer a su amo no vale dos habas", cuando lo nombraron gobernador de una ínsula. Y es que el oficio de músico se confunde a menudo con los oficios que sí dejan (sin comer).
La Xalapa de 1962 a 1964 era una pequeña provincia que a lo sumo tendría 70000 habitantes. Era un sitio pacífico, cuyas noches olían a jazmín. Hoy huele a cadáver de humanos descuartizados. Si están frescos, como a carnicería, si están añejos, como a una peste infernal. En serio, no es invento poético de Juan S. Garrido. Era una ciudad que invitaba a salir con los amigos armados de sendas guitarras y llevarle serenata a quien se nos diera la gana, sin riesgo alguno, salvo en invierno, a causa de la niebla y el chipi chipi intenso. La calle Enríquez era un sitio donde todo el mundo se conocía. Así que mis padres se hicieron amigos de una serie de artistas e intelectuales: Sergio Galindo, Marco Antonio Montero, Emilio Carballido, Fernando Salmerón, Othón Arroniz, Jorge Mc Gregor, Paco Beverido Senior; y, desde luego, Francisco Savín. Cuando nos mudamos a la casa de la colonia Aguacatal, éramos vecinos de Paco: su mansión estaba a dos cuadras de la nuestra.  Estaba en las faldas del cerro del Macuiltépec, tenía una vista preciosa y unos ventanales enormes que permitían disfrutarla cuando a su vez la niebla lo permitía. Eso deprimía mucho a Paco Savín: al estar en lo alto del cerro en la Xalapa de aquella época, los días de niebla podían durar quince días seguidos y él sólo soportaba uno.
Savín tenía en la sala un piano de un cuarto de cola y una televisión de blanco y negro. Con la que veíamos el futbol. Me padre era curioso: no teníamos televisión porque, hombre de izquierdas, no quería adquirir una "caja idiota" que me enajenara, pero a cada rato me llevaba con sus amigos a ver el futbol. A veces hasta me daba pena con los dueños del lugar, pues teníamos aspecto de "gorrones". El caso es que aún recuerdo un partido del "Uda Ducla" contra la selección de futbol mexicana. Savín le iba abiertamente a los europeos y no se equivocó: nuestros ratoncitos verdes terminaron batidos 2-0 o 2-1, no recuerdo bien el marcador, pero de que perdieron no me cabe la menor duda.
Yo quería ser director de orquesta y me salieron con que a mis diez o doce años ya estaba muy viejo para serlo: Que ya debía saber tocar piano, violín, análisis musical. Qué se yo. No sé porque logré ingresar a la Facultad de Físico-matemáticas de la Universidad Veracruzana, pues pasé el examen de admisión, pese a que me pusieron a hacer derivadas e integrales. Pues las matemáticas no se me dan. Nunca más se me dieron: mi especialidad era el álgebra y nada más por una pregunta donde fallé saqué 7.5 de calificación  y en las demás reprobé. Mi padre fue a averiguar qúe pasaba y los maestros le dijeron su hijo nada más acierta cuando relaciona las matemáticas a la música ¿Porqué no lo deja estudiar música?  Pues porque se va a morir de hambre ¿Y a poco cree que de matemático no? Pues su hijo tiene menos talento para la física que para las matemáticas. Está bien, hijo. Te me vas a estudiar al conservatorio. Pero al de México. Y estudia composición, como Francisco Savín. Bien hecho, salvo que Savín se habría muerto de hambre como compositor. Y no porque fuera malo, sino porque era de vanguardia. De esos vanguardistas de la segunda mitad del siglo XX. Yo de él aprendí la existencia de los cuartos de tono y de los "clusters" (o sea, todas las teclas negras y blancas que puedas alcanzar sobre un teclado con tus antebrazos, no importa si alcanzas una más o una menos que otro tecladista). Descubrí a Penderecki. Conseguí el disco L.P. que grabó con la O.S.X., me parece que en discos Musart. Él era el director del Conservatorio Nacional de Música cuando yo ingrese ahí. De hecho, él estaba entre los jurados cuando me aplicaron el examen. En mi caso, fue de ubicación, pues ya había estudiado solfeo con Régulo León, Guitarra con Alfonso Moreno y piano con Felipe Ribes. Estamos hablando de 1970 a 1972. Una época convulsa, estaba reciente el movimiento estudiantil del sesenta y ocho y yo estuve en la manifestación del 10 de junio, la de los Halcones, de la cual me salí a tiempo. No me digan cobarde. No estaba convencido de las manifestaciones como medio de lucha como tampoco lo estuve en 2016 contra Javier Duarte. De haber estado convencido, a lo mejor no les estaría escribiendo estos recuerdos.
Savín escuchaba las peticiones de los estudiantes. Tenía un proyecto piloto de dejar que el alumno avanzara a su ritmo. Estaba reciente el caso de Alfonso Moreno, que había hecho la carrera de guitarra en cuatro años y había ganado en 1968 un concurso internacional en Francia y en 1972 le ganó a los otros nueve ganadores de ese concurso. Claro que Alfonso había sido violinista antes de ser guitarrista. Aún así, la idea de no retenerte diez años cuando podías hacerlo en menos era atractiva, siempre y cuando no quisiera hacer uno lo mismo cuando no se podía. Fue una propuesta controvertida, pero vanguardista. A Savín le tocó ser el sucesor de Carlos Chávez al frente de la Orquesta Snfónica Nacional, en 1973, cuando, tras una rebelión, Carlos Chávez tuvo que dimitir: el día del concierto, el maestro alzó la batuta, los músicos cerraron los ojos y no respondieron al llamado musical. Esto probablemente ocurrió varias veces. En coordinación con esto, había una huelga en el Conservatorio Nacional de Música. Yo ya era becario. Estaba analizando los cuartetos de Beethoven y olvidé las partituras dentro de mi cubículo. Penetré el Conservatorio para rescatarlas y los huelguistas me atraparon. No era gente conocida. No eran músicos. Me dejaron ir, haciéndome notar que había quebrantado el derecho de huelga y advirtiéndome de las consecuencias que me acarrearía volverlo a intentar. Aquello se puso feo. A Savín le duró un día el gusto de ser el director de aquella orquesta. Pero Savín volvió a Xalapa hacia los noventas.
Por mi parte, yo conocía también a Yolanda Savín, una mujer de pechos poderosos, elegante y cabellera rojiza, que se dedicaba a las artes plásticas. Entre ambos hicieron un espectáculo multimedia que se llamaba Quasar. Lo presentaron en la sala principal del Conservatorio Nacional de Música. Savín tocaba el órgano, un órgano electrónico de la época. Homero Valle las percusiones en tanto que alguien proyectaba en pantallas gigantes las imágenes creadas por Yolanda. Estaba reciente la fecha de la llegada del hombre a la luna y la película Odisea 2001 de Stanley Kubrick. Oir Quasar en esas condiciones fue como ser protagonista de una de las escenas siderales de la película de Kubrick: los clusters en el órgano amplificado por potentes bocinas quadrafónicas, con pinturas abstractas enormes rodeando el ambiente y las percusiones siderales de Homero. Lástima que no les pueda transmitir de manera más vívida aquella emoción, pero fue algo realmente de película de ciencia ficción y en tiempo real.
Herrera de la Fuente tenía una relación de amor-odio con su ex alumno Francisco, pues eran rivales. Herrera logró ser el director titular de la O.S.X. en los tiempos del auge petrolero López-Portillista y logró realmente llevarla a una época dórada. Pero su sucesor Francisco Savín también lo hizo y lo superó. Se creó el famoso festival Junio Musical de Xalapa, el cual es una pena que haya desaparecido. Pero dentro de este festival, Francisco Savín logró estrenar en Xalapa los Gurrelieder de Arnold Schoenberg, cosa que pocos directores latinoamericanos han podido hacer.
Finalmente Savín dejó la OSX, tenía la vista cansada. Supe que no se retiró del todo. Que mi amigo Javier Concepción Cruz estuvo estudiando con él hasta el último momento. Que dió clases en la Maestría en Música de la Universidad Veracruzana, pero que por una cuestión de estrechez de criterios burocráticos no le pudieron renovar el cargo: no tenía título. Savín, al igual que J.S. Bach, W.A. Mozart y Ludwig van Beethoven era de aquellos músicos que se formaron antes de que la música se convirtiera en carrera. Los músicos no se titulaban, no tenían derecho a hacerlo.  De modo que la Universidad Veracruzana dejó perder muchos de los secretos que Savín se llevó a la tumba por una cuestión ridícula que no pudo superar. Ingrata institución que olvidó que si la O.S.X. llegó a ser una de las mejores de latinoamerica, fue por la labor de Paco Savín. Así es la vida. Qué le vamos a hacer. Descanse en Paz Francisco Savín.

viernes, 26 de enero de 2018

Ensayo sobre El Seductor de la patria de Enrique Serna

Como Ustedes ya saben, desde el año 2011 me ha dado por adquirir el oficio de escritor, razón por la cual he estado en varios talleres y diplomados para escritores. Actualmente, estoy concluyendo el primer semestre en un Diplomado en Creación Literaria que se imparte en la Escuela para escritores Sergio Galindo de la SOGEM; y, como parte de mis actividades, tuve que leer y comentar una novela. Yo escogí hacerlo sobre El seductor de la patria de Enrique Serna, de quien únicamente había leído breves artículos en la revista Domigo Siete.
Esta obra me pareció muy interesante, pues habla de muchas cosas que aún nos atañen a los mexicanos e incluso al mundo entero: la Guerra entre México y Estados Unidos de 1847 marcó el destino no sólo de ambas naciones, sino del mundo entero, pues era una lucha contra el esclavismo, el colonialismo y el imperialismo. Así que Santa Anna fue ¿Ángel o demonio?. Independientemente de la calificación que sacaré en mi escuela (pues por el momento no se si será buena o mala), como el tema me apasionó, no resisto las ganas de compartirlo. Y así empiezo a hablar de las razones por las que México perdió no sólo la guerra de 1847, sino todos los campeonatos mundiales de futbol. Es un ensayo largo, tómense su tiempo y no apelen a la pereza mental, dicho sea con todo respeto.


INTERPETACIÓN LIBRE DE EL SEDUCTOR DE LA PATRIA 


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Esta novela tiene un cierto carácter prospectivo, pues desde el planteamiento de situaciones y problemas que ocurrieron en México durante el siglo XIX, se pueden vislumbrar otras situaciones que se han dado en los siglos XX y XXI que, o son consecuencia de aquéllas o simplemente porque no han cambiado con el paso del tiempo, como se verá a lo largo de esta interpretación.

En primer lugar, esta novela dejó al que estas líneas escribe una cierta desazón por comprender que muchos de los problemas socio-económicos y políticos que ahí se plantearon siguen estando vigentes en el México moderno. La novela está llena de frases que lo revelan y podrían haber sido pronunciadas por los actores de esta obra en la vida real, aunque también podrían ser producto de la ficción, pues son frases que emanan de una profunda investigación histórica y están pronunciadas con una gran verosimilitud; en especial, me llamaron la atención algunas que citaré de inmediato:

“Daría la poca vida que me queda para limpiar mi nombre y recibir el postrer homenaje de mis compatriotas. Después de todo soy el fundador de la República. ¿O ya han olvidado que fui el primero en jurar la ruina de los tiranos sobre las arenas de Veracruz?” (Serna, El seductor de la patria, p.12)

La frase anterior define al argumento y establece la intriga a la vez que arranca a la historia y es parte esencial del tema, así como de la mayor parte de los subtemas; a su  vez, hace pensar en la futilidad de los proyectos humanos, casi al estilo del Eclesiastés, donde se dice que “todo es vanidad de vanidades”.

Mi condición de abogado litigante al momento de leer la obra, compositor de música frustrado, productor artístico, mercadólogo cultural en quiebra y profesor jubilado con la supervivencia amenazada por los sistemas de gobierno actuales, me llevó a subrayar la siguiente frase, emitida por el protagonista:

“Gómez Farías creía ciegamente en las leyes, como si la letra impresa pudiera convertir la lucha por el poder en un civilizado juego de mesa. Pero las leyes propician otra clase de tiranía, la de los cretinos que son incapaces de resolver un problema, pero invocan la ley para obstaculizar a los hombres de acción” (Serna, pp. 69-70)

Esto sigue ocurriendo en el México moderno. Los hombres de acción no solamente son los militares y los políticos: son los profesionistas, los artistas, los artesanos, los padres de familia; en fin, cualquier ciudadano que tenga un proyecto u oficio que atender y cuya vida está literalmente atada a un legajo de papeles que debe resolver un juez a menudo mal preparado, flojo, corrupto, mal pagado o mal intencionado. Confróntese lo dicho con la película Presunto Culpable. Uno de los razonamientos que recientemente esgrimió un grupo de senadores para evaluar y en su caso modificar la controvertida Ley de Seguridad Interior fue el hecho de que la ciudadanía mexicana no se sentía protegida por el Estado por culpa de los jueces, a quienes percibían como la peor amenaza a su seguridad, a causa de sus cuestionadas sentencias, que se caracterizan por dejar libres a los criminales y mantener en prisión a los inocentes. O simplemente hacer que un proceso de divorcio incausado dure veinte años. Tan es cierto este fenómeno, que en la novela se muestra el proceso donde el abogado y presidente de la República Benito Juárez no puede lograr que le apliquen a Antonio López de Santa Anna la pena de muerte por su traición a la patria, pese a todas las evidencias desahogadas durante el juicio.

Otra frase que me pareció digna de ser resaltada y comentada, es cuando Santa Anna, el 26 de diciembre de 1827 dice “Así son los pendejos: primero hacen las cosas mal, y luego se molestan porque uno les da la espalda.” (Serna, p. 145), porque el tema de la estupidez humana ha sido abordado por muchos personajes de todas las condiciones, oficios y épocas: “Hay dos cosas infinitas: El Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro” (Albert Einstein); “La mente humana es limitada, pero la estupidez humana es ilimitada” (W. Steinitz, Campeón Mundial de Ajedrez del siglo XIX).

Muy conocida y divertida es una charla a cargo de Facundo Cabral en torno a los pendejos, que circula por toda clase de redes sociales:

“(Mi abuela) … tenía derecho a hablar de esto, porque estuvo casada con un coronel, que era realmente un hombre valiente: solamente le tenía miedo a los pendejos. Un día le pregunté ¿Por qué? Y me dijo por que son muchos. No hay forma de cubrir semejante frente…” (Facundo Cabral, Los pendejos, Youtube, https://www.youtube.com/watch?v=CHtrFNbm2Ys).

Tan fundado era el temor del abuelo de Facundo Cabral que su nieto murió asesinado por un pendejo que quería matar al que viajaba a su lado y no al cantautor. En tiempos más recientes, casi al día en que escribo estas líneas, el presidente municipal de Xalapa, el Doctor Hipólito Rodríguez Herrero, tiene una crisis de medios a causa no sólo de haber contratado a personal no veracruzano, sino de haber manifestado públicamente que en Xalapa “nadie tenía el perfil” para ocupar esos puestos, motivo por el cual el escritor Magno Garcimarrero le hizo estos versos:

¡EN XALAPA NO HAY QUIEN!
Le damos la razón
A Hipólito el presidente
De que en Xalapa no hay gente
De alta calificación,
Para cumplir la función
Con eficacia, con fe,
Con honradez, con caché,
Él lo ha dicho sin sonrojos.
¿Qué le pasará a sus ojos
Que puros pendejos ve?

Si bien “pendejo” en Argentina se aplica al joven inexperto, en México esta palabra tiene una connotación más amplia y es sinónima de “estúpido”. El tema de la pendejez ha sido desarrollado por tiros y troyanos. Hasta hay diccionarios y catálogos, en los cuales suele aparecer el siguiente tipo: “Pendejo optimista. El que cree que todos son pendejos, menos él”.

Sin duda, Antonio López de Santa Anna tenía una inteligencia superior a la del común de sus contemporáneos, lo cual lo llevaba, al igual que al Doctor Hipólito y al abuelo de Facundo Cabral, “a ver pendejos por todos lados”. Sin darse cuenta de que él, dada su condición humana, también podía cometer errores muy estúpidos, como el de ponerse a las órdenes de Maximiliano, episodio que comentaré más adelante.

De hecho, pese al carácter voluble de Santa Anna, más que un traidor, era un hombre valiente y pragmático que se iba con el bando que creía que iba a ganar; esto es, era un inteligente oportunista, pero cuya mente humanamente limitada lo llevó a cometer graves errores en batallas decisivas o en delicadas decisiones políticas. Lo importante de la narración en primera persona (emanada del protagonista y otros actores) es que genera empatía entre el lector y el narrador; y aquel, sin darse cuenta, se ve metido en los zapatos del actor ante la similitud de situaciones entre la época actual y la época de la narración. Concretamente, en el México moderno, el del periodo que va del año 2014 al primer semestre del 2018, uno tiene que tomar decisiones como las que Santa Anna tuvo que tomar en su momento; por ejemplo, yo luché afanosamente para que el Doctor Hipólito fuese el presidente municipal de Xalapa, pero su arrogancia le impide contratar a un buen comunicador social y cada vez que abre la boca emite frases que nada más lo hunden una y otra vez, y lo hace porque está firmemente convencido de que los demás son pendejos, menos él. Las preguntas obligadas para mí, y para otros partidarios de Morena son ¿Lo voy a seguir apoyando? ¿Lo va a seguir apoyando Morena? ¿O el PAN? ¿Después de esto Morena va a ganar las elecciones? ¿Se va a salir Hipólito con la suya? Las respuestas a estas interrogantes, en el momento en que las escribo, no son fáciles de responder, pero hay que hacerlo de inmediato aunque uno no esté metido en el juego de la política. La razón es que en el crítico momento actual todo está enrarecido por la forma en que se lleva a cabo la lucha política y el ciudadano común y corriente no se puede desentender de ella. Y si se es político, con mayor razón hay que resolver estas interrogantes. Eso es lo que nos hace sentir Enrique Serna: Santa Anna, más que un villano protervo y traidor, era un ser humano como tú y yo que en unas ocasiones, acertaba, y en otras, fallaba. Y un error garrafal, de apariencia nimio y con bastante lógica dentro de la psicología del personaje, puede dar al traste con toda una vida de heroísmo.

Al parecer, la Historia suele ser muy dura con los perdedores, de modo que no conviene “ser pendejo”. Es casi como un castigo divino: tras ser Antonio López de Santa Anna un hombre brillante, quedó atrapado entre el mareo provocado por el poder y los aduladores, los cambios sociales y el deterioro natural causado por la edad y acabó convertido en un pobre diablo empobrecido, víctima de estafadores, despreciado tanto por su última esposa como por uno de sus más odiados rivales, Sebastián Lerdo de Tejada, quien le dijo “No me agradezca nada, general. Lo dejé volver de su Santa Elena porque ya no representa ninguna amenaza para el gobierno.” (Serna, p.12).

La frase anterior, a su vez, ayuda a caracterizar al protagonista: Antonio López de Santa Anna (1794-1876) es un personaje cien por ciento romántico, que fue contemporáneo de Napoleón Bonaparte (1769-1821), emperador de Francia cuya actividad repercutió en la historia de México. Serna no es el único que compara a Santa Anna con Napoleón Bonaparte; entre otros, el guionista de la película El Álamo, la leyenda (2004) le llama “El Napoleón mexicano”; sin duda, Santa Anna tenía conocimiento de la obra de Napoleón Bonaparte; incluso, uno de sus más íntimos colaboradores, José María Tornel, se identifica a sí mismo en la novela como “Talleyrand”, el nombre de un político francés contemporáneo de Napoleón y de Fouché (de quien Stephan Zweig escribió una biografía, en la que Talleyrand es casi tan importante como Fouché y Napoleón, dado su protagonismo). Talleryrand-Perigord (1754-1838), ambicioso e inteligente, sirvió a todos los regímenes de su país y a todos los traicionó. De modo que uno de los subtemas más importantes de El seductor de la patria es la traición, si no es que es el tema principal.

Santa Anna, por considerar pendejo a un antiguo aliado, lo deshecha y se cambia de bando, sin mayores remordimientos. Si no es traicionero, al menos es voluble; sin embargo, precisamente por ser un seductor, tampoco le puede ser fiel a una mujer; su antagonista Benito Juárez parece ser un hombre más leal; no obstante, él también puso en venta una parte del territorio mexicano, cuando se celebró el tratado Mc Lane-Ocampo, mediante el cual se cedería a los norteamericanos el Istmo de Tehuantepec.

Retomando el tema de Napoleón Bonaparte, la isla británica de Santa Elena situada en África, es la isla donde Napoleón sufrió su último exilio, el más doloroso, pues ahí se quedó hasta morir. Sebastián Lerdo de Tejada inicia la novela exonerando a Santa Anna de su “Santa Elena”. Por otra parte, en la ya citada película El Álamo, la leyenda, se dice que su rival norteamericano lo invitó a adentrarse en tierras norteñas, pues al ser Santa Anna el Napoleón  mexicano, se le habría de derrotar de manera similar al Napoleón francés en Rusia, historia que a su vez está magníficamente plasmada en La Guerra y La Paz de León Tolstoi; y, en verdad, el ejército mexicano sufrió penurias durante su traslado al norte. También fue afectado por el frío. Estos episodios están bien documentados y Serna también da cuenta de ellos; entre otros, por boca del soldado Juan Tezozómoc, personaje ficticio de origen indígena, enrolado mediante la leva, quien se convierte en un desertor y llega a convertirse en un antagonista que lo mismo asalta a Santa Anna disfrazado de indio ataviado con plumas y taparrabos (lo cual puede ser una posible anacronía) que revela los planes del general a los norteamericanos. Pese a ser ficticio, este personaje tiene una gran verosimilitud.

Para decirlo en pocas palabras, la frase “así son los pendejos…” me encantó, porque encierra una gran verdad, aunque uno corra el riesgo de ser el pendejo que ve pendejos por todas partes, menos en el espejo.

Otra frase importante para entender el juego de la política es ésta: “En mis albazos juveniles descubrí que un embustero puede hacer milagros a partir de la nada, porque una mentira produce una opinión y esa opinión produce resultados reales y efectivos” (Serna, p.149), porque coincide con lo dicho por Goebbels, el genio de la propaganda nazi: “Una mentira repetida mil veces acaba convertida en una verdad”.

Un episodio que lleva a uno de los momentos más divertidos de la novela es el relativo al motín de la Acordada, del 7 de diciembre de 1828, que también es importante porque ahí se topa el protagonista con su principal antagonista, y ambos quedan magistralmente caracterizados:

“La única voz discordante fue la de un jurista zapoteco, negro como la pez, que parecía enfundado en su levita negra…
Irritado por el comentario, Santa Anna le preguntó su nombre:
            –Benito Juárez, para servirle.
            –Mire, licenciado Juárez –el general se aclaró la voz–. He arriesgado la vida por defender la Constitución. Si violamos la Carta Magna fue precisamente para hacerla cumplir.
            –Pero una vez roto el marco legal, cualquiera tiene pretexto para actuar fuera de la Constitución –replicó Juárez…
            –Qué indio tan terco, y cuánto respeto le tiene a su mugrosa ley –me dijo al salir del brindis–. Es lo malo de educar a la gente que nació para andar descalza.” (Serna, pp. 153-154).

Llama la atención este comentario discriminatorio, pues el argumento de esta novela es que Santa Anna, a causa de “su cabello crespo y tez morena” adopta la carrera militar y se engancha con la historia; pero, al fin de cuentas era hijo de español y cada vez que Juárez lo sacaba de quicio, hacia valer la diferencia entre un criollo o un mestizo y un indígena. Más adelante esta relación de diferencia interracial con claras vertientes racistas se desarrolla al mostrar la conmovedora carta que Juárez escribe a su esposa Margarita el 6 de noviembre de 1853, en el exilio: “Al mocho le irrita que un hombre de mi raza haya llegado a ocupar puestos públicos importantes. Prueba de ello son los malos tratos que su hijo José me infligió en el trayecto a San Juan de Ulúa.” (Serna, pp. 423-426).

Pero, como anoté líneas antes, uno de los episodios que más me hizo reír fue el del encuentro de Antonio López de Santa Anna con la opinión de Simón Bolívar, en Turbaco, Colombia:

“Al comenzar la reconstrucción de La Rosita, descubrí que Simón Bolívar había vivido una temporada en esa finca y lloré de emoción al ver las argollas de bronce clavadas en la pared de la sala, donde el célebre caudillo colgaba su hamaca. Mandé poner la mía en el mismo lugar, para tender un lazo de unión entre el libertador de la América Austral y el libertador de México. ¿Acaso no éramos dos héroes de la misma talla?... Compré a los bibliófilos de Cartagena una colección de sus últimas cartas. Llamó mi atención una de ellas, fechada en 1829, donde comentaba con brevedad la situación política de México. Mal informado sobre nuestras luchas internas, el libertador condenaba el motín de la Acordada y me acusaba de ser ‘el más protervo de los mortales’… mandé arrancar las argollas de bronce y ordené a la servidumbre que pusiera la hamaca en otro lugar.” (Serna, pp. 410-411).

Este episodio, además de ser muy divertido y de caracterizar como iluso e impulsivo a Santa Anna, revela parte de la estructura profunda de la obra, de la intriga: desde que inicia la novela, Santa Anna se propone lavar su imagen ante la historia, y al oír su versión, prácticamente nos convence de que es un héroe, un patriota y un ser humano excepcionalmente bueno. Pero la voz de los otros de cuando en cuando irrumpe para decir lo contrario. Esto ocurre a lo largo de toda esta obra. Uno de los primeros cuya opinión contradice en lo público a la autoimagen de Santa Anna es Benito Juárez, en tanto que su esposa Dolores Tosta es la primera en hacerlo en la esfera de lo íntimo; por consiguiente, esta autoimagen idealizada choca con la que tienen de él su propio padre, Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, Iturbide, Simón Bolívar, sus dos esposas, su hijo natural de nombre José, los texanos, Maximiliano de Habsburgo y Juan Tezozómoc, entre otros.

Dado lo controvertido y encantador del protagonista, es importante que Serna adopte esta estrategia discursiva para “amarrarse el dedo” y tomar distancia de Santa Anna; es decir, por un lado logra enganchar al lector con el charm del personaje protagónico, pero no se compromete a absolverlo ante la Historia; no obstante, la novela ayuda a poner en claro algunas cosas: la traición de Santa Anna no fue el haber vendido la mitad del país, como se le atribuye frecuentemente, pues ésta la vendió J.J. Herrera (quien por cierto tiene en Xalapa una calle a su nombre), sino por la de ponerse estúpidamente a las órdenes de Maximiliano de Habsburgo, quien lo despreció. Pero a causa este desliz Santa Anna fue juzgado –literalmente- y el veredicto fue: “Culpable de traición a la patria”. Este episodio no le trajo ningún beneficio al protagonista de esta novela y nos muestra la fragilidad de la inteligencia y la suerte del ser humano: Santa Anna le apostó al bando equivocado y perdió. Perdió hasta el honor, porque no quedó como pendejo, sino como traidor a la patria.

Todo lo anterior es importante, pero hay muchas otras frases más dignas de ser resaltadas: “El trabajo bien pagado es el trabajo más productivo” (Serna, p.159). Esta frase surge de un comentario que Poinsett le hace a Santa Anna:

            “–¿Cuánto ganan sus peones?
            –Real y medio o dos reales de jornal, como en todas partes.
            –Eso lo explica todo –Poinsett chasqueó la lengua–. Este pobre país no ha salido del atraso porque los dueños de la tierra explotan a los indios como si fueran bestias.
            –Óigame –le reclamé–, aquí por lo menos no existe la esclavitud.
            –Le aseguro que nuestros esclavos viven mejor que sus peones…” (Serna, p.159)

Este diálogo pone el dedo en la llaga sobre uno de los problemas cruciales de México que aún persisten: la sobre explotación de las clases trabajadoras, la avaricia de las clases dominantes y el obstáculo que significa para el país la política de salarios mínimos, los cuales son notoriamente insuficientes para que un padre de familia pueda disfrutar de los derechos que le confiere el artículo 123 constitucional. Este fenómeno, a su vez, es un freno para los emprendedores mexicanos de clase media: no pueden vender a buen precio sus productos o servicios porque, como la gran mayoría de los mexicanos está empobrecida, ésta sólo adquiere lo mínimo indispensable para sobrevivir y de preferencia cazando ofertas.

Todo este tipo de frases le dan un carácter prospectivo a la novela y por todas partes se pueden encontrar más y más ejemplos: “Los tiranos creen que el poder se conserva a punta de bayonetas. En México no es así: basta con repartir a la masa un puñado de cohetes y unos barriles de pulque.” (Serna, p. 201). Esto es otra versión del famoso “Dar pan y circo” de los romanos; lo que, en términos más técnicos y modernos, es la base de la teoría de las prestaciones sociales, del Estado Benefactor y contrasta con la idea de militarizar al país que se ha estado aplicando en México desde el año 2005.

Los episodios de las guerras de Texas, de los pasteles y la del 47 están bien muy documentados y Enrique Serna aprovechó muy de cerca toda esta información, las cuales fueron narradas de tal manera que se siente la acción y las emociones de una manera muy vívida, pues tienen una gran verosimilitud; y, en el caso de gente como el que estas líneas escribe, se puede decir que muchos de estos episodios le dan un plus por ser habitantes de las ciudades de México y de Xalapa, por haber paseado alguna vez en la hacienda de El Lencero, por Cerro Gordo, La Antigua, el Convento de Churubusco, etcétera. Aunque son hechos que ocurrieron en otra época y los sitios pueden haber cambiado, la imaginación vuela un poco más al saber que tanto el protagonista como el lector hemos estado en el mismo sitio, bajo la misma temperatura solar, atacados por los mosquitos, bañados por los mismos ríos y los mismos mares, o que hemos respirado el aire de la misma región y reposado bajo la sombra de los mismos árboles. Esto puede suceder lo mismo en el castillo de Chapultepec o en el convento de Churubusco, que en la Hacienda del Lencero, las caballerizas de Santa Anna, el casino xalapeño, el salón de actos de la escuela preparatoria “Juárez”, el castillo de San Juan de Ulúa o la plazoleta del mercado de San José, en Xalapa.

Otra frase prospectiva es la que dice “en este país el que juega limpio, limpio se va a su casa…” (Serna, p. 285), que coincide con un deshonesto dicho actual: “En México, el que no transa, no avanza”. La corrupción es un atajo que debe ser tomado con fines pragmáticos y es un mal que está extendido por todas las arterias del México contemporáneo. Pero, como se ve en la novela, este cáncer no es algo de reciente aparición.

Serna cita una obra que leí en mi juventud y de alguna manera me marcó, por ser mexicano; se trata de unos Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos. Esta obra me predispuso contra Santa Anna. Yo leí la edición del siglo XXI, anterior a la consultada por Serna, que es de 1994, publicada por Conaculta. En la edición del Siglo XXI aparece al principio del libro un facsímil con la prohibición que hiciese Santa Anna en su momento, censurándola. Respecto de esta obra, el protagonista de El seductor de la patria dice:

“Eso lo saben de sobra los políticos avezados como Gómez Pedraza, que en el año 48 encargó a sus secuaces del partido moderado unos Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos, en los que no se me trata de traidor, pero sí de engreído y mal estratega. Según los Apuntes, la guerra se perdió por mis errores en la planeación de la campaña por no tolerar que ningún subalterno me hiciera sombra y por elegir mal el terreno de las batallas.” (Serna, p.347). Aquí está el meollo del asunto. Santa Anna no perdió las guerras por traidor, sino por “ver pendejos por todas partes”. Este rasgo de personalidad le costó muy caro no sólo al protagonista, sino a México, a América Latina e incluso al mundo entero.

Otra frase prospectiva que muestra una de las razones por las que México perdió la guerra del 47 (y por las que cada cuatro años pierde en las Olimpiadas y en el Campeonato Mundial de Futbol y otros deportes) es la siguiente:

“En otros países el general en jefe puede dedicarse desde que toma el mando a profundas meditaciones estratégicas, a dirigir movimientos de tropa que deben ejecutarse con precisión y oportunidad. Aquí el desgraciado a quien se llama general en jefe tiene que buscar por sí mismo el socorro del soldado, su vestuario, los pertrechos y todo el material de guerra, con el riesgo de quedar en la ruina si los negocios públicos tienen mal resultado.” (Serna, p. 353)

Puedo decir que en la actualidad, no sólo los generales están en la misma situación. Como productor artístico lo pude constatar en carne viva: en el 2015 produje un evento muy ambicioso, pero los negocios públicos andaban en muy mal estado: el dinero salió de mis bolsillos sin retorno y acabé con una fuerte deuda económica. Pero esto ha sido durante casi toda mi vida artística, desde 1977. Por esta razón, uno de los protagonistas de mi futura novela El abogado de causas perdidas está inspirado en un personaje de la vida real que incursiona en la política y la administración deportiva pública; y, antes de caer en desgracia, pasa por la situación de estar mendigando los apoyos financieros para poder operar; de hecho, su rebeldía puede ser una de las causas de su caída. Pero dejemos que sea Santa Anna quien desarrolle un poco más el tema:

“En su descargo (de Gómez Farías) debo reconocer que luchó a brazo partido por obtener fondos, pero se topó con la mezquindad apátrida de las familias acomodadas, que fingieron sordera o abandonaron al país con tal de no hacer donativos al tesoro público.” (Serna, p.354).

La cita anterior me motiva a hacer la siguiente pregunta retórica ¿Han cambiado las cosas en el México actual? De esta mezquindad se nutre el episodio de la deserción del soldado Juan Tezozómoc, cuya traición es importante en la pérdida de varias batallas en la ciudad de México: las condiciones lamentables de la tropa mexicana se debían a la falta de presupuesto para equiparlos, armarlos, alimentarlos, trasladarlos y mantenerlos en buenas condiciones de salud, lo cual resultó en una gran mortandad antes, durante y después de los combates. Los que podían, huían o se pasaban al enemigo. La palabra “patria” no tenía ningún sentido para ellos como tampoco la tiene hoy con el que emigra, quien podría decir que “no me voy porque no quiero a mi patria, sino porque es mi patria la que no me quiere a mí”.

Una cita chusca, pero que tiene una verdad escondida, es la que dice “hombre de finos modales que tuvo el tino de obsequiarme un quintal de café con mi mezcla preferida de granos: caracolillo de Huatusco y planchuela de Coatepec.” (Serna, p.417). Esto fue dicho ¡en Colombia! Santa Anna ¿Era naco o conocedor? La verdad es que un buen café de Huatusco o de Coatepec puede superar en calidad al café colombiano, pero al café de Huatusco se le desprecia a causa de ser barato y de no tener bien establecidos sus canales de distribución internacionales.

Las citas que he comentado sólo son la punta del iceberg de una gran cantidad de momentos apasionantes, pintorescos, íntimos, divertidos, prospectivos o de acción intensa que mueven a la reflexión, la risa o la compasión. Pero no hay espacio aquí para citarlos a todos, así lo que cerraré con una última cita:

            “–Soy un miserable –Continúa el moribundo–. Traté a la patria como si fuera una puta: le quité el pan y el sustento, me enriquecí con su miseria y su dolor.
            –Calle usted –Lo interrumpí–. El héroe de Pánuco no debe hablar de esa forma.
            –Pero es la verdad. México y su pueblo siempre me han valido madre…” (Serna, p.512).

Con esta última cita, que es con la que concluye la novela, Serna nos demuestra que el profesor de Leyes de la Universidad Veracruzana,  quien dijo en clase que Antonio López de Santa Anna fue el primer político mexicano moderno, no andaba tan equivocado.
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miércoles, 24 de enero de 2018

Discriminados en su propia tierra

Creo que lo que ha producido tanta comezón a causa de las declaraciones y nombramientos recientes del Presidente Municipal de Xalapa es que con o sin proponérselo pisó unos callos muy dolorosos. La protesta se hizo extensiva a la Universidad Veracruzana y a otros ámbitos del quehacer ciudadano y la cultura. Yo ya había hablado de eso aquí hace varios años, pero no sé en qué artículo ni sé si me arrepentí y lo borré. Pero era una especie de discriminómetro musical veracruzano.

Es una guía para elegir el repertorio de una orquesta sinfónica, otorgar una plaza de músico o cantante; o, al menos, para darle la oportunidad de aparecer como solista. Pero, dados los acontecimientos más recientes, se puede aplicar para la política, para la gobernanza, para otorgar toda clase de puestos de trabajo. O para conservarlos.
También es una guía para saber cuántas esperanzas tiene uno de ganar un proyecto. Esto es importante, para no hacerse demasiadas ilusiones. Porque, cuando uno hace un proyecto, a menudo se enamora del proyecto y, la verdad, se siente muy gacho cuando te dicen "mejor véte con la música a otro lado". O, cuando de plano ni te contestan, porque eres tan poca cosa que ni mereces que te den cualquier respuesta. Si eres compositor y quieres saber qué probabilidades tienes para que tu obra figure al menos de vez en cuando en el repertorio de alguna orquesta sinfónica veracruzana o, por el contrario, eres el encargado de armar la programación anual de una orquesta de esta naturaleza, te tienes que atener a esta tabla:

1.- Compositor centro-europeo muerto antes del siglo XX (Debe ser alemán. Por default, puede ser francés o italiano). Cien por ciento para ser programada;
2.- Compositor centro-europeo muerto antes de 1940: 85% para ser programada;
3.- Compositor europeo de país bárbaro (Rusia, España, Polonia, Escandinavia): 75%;
4.- Compositor norteamericano del siglo XX (no mexicano): 35%;
5.- Compositor norteamericano anterior al siglo XX (no mexicano): 10%;
6.- Compositor del Lejano Oriente: 9%;
7.- Compositor latinoamericano (excepto mexicanos y cubanos): 7%;
8.- Compositor mexicano no veracruzano ni residente en Veracruz: 6%. Puede ser programado alrededor del 15 de septiembre, pero no necesariamente. Tal vez sea mejor programar a Wagner, a Orff o algún grupo de imitadores de rock británico;
9.- Compositor cubano, siempre y cuando resida fuera de Cuba y de Veracruz, 5%;

Para los compositores que residen de manera prolongada en Veracruz se deben combinar los criterios de la tabla anterior con la cantidad de años vividos en Veracruz, pues aunque sean compositores de origen centro-europeo, si llevan muchos años viviendo en Veracruz, se devalúan notoriamente:

10.- Compositor centro-europeo con un año de residencia en Veracruz: 4%;
11.- Compositor centro-europeo con más de un año de residencia en Veracruz: 3%;
12.- Compositor europeo de país bárbaro con al menos un año de residencia en Veracruz: 2.5%;
13.- Cualquier compositor de cualquier país europeo nacionalizado mexicano, 2%;
14.- Compositor norteamericano residente en Veracruz: 1.5%;
15.- Compositor latinoamericano (excepto mexicanos) residente en Veracruz: 1%;
16.- Compositor mexicano no veracruzano residente en Veracruz: 0.5% ;
17.- Compositor veracruzano residente en el extranjero: 0.4%;
18.- Compositor veracruzano nacido en Naolinco y residente en Veracruz: 0.3%;
19.- Compositor veracruzano nacido en Xalapa, residente en Veracruz y con postgrados: 0.0%.
¿Así o más claro?
Se invita a los conocedores de otras profesiones a que elaboren su propio discriminómetro. Es muy útil, para evitar malos entendidos y herir susceptibilidades o alimentar falsas esperanzas. Cámbiese la palabra "compositor" por la de "cantante", "violinista", "pianista", "oficinista", "recaudador de impuestos" y el concepto "programar en orquesta sinfónica" por "nombrar" como "edil", "Director de Desarrollo Urbano", "Director de Protección Civil", "Seguridad Pública", etc. Ojo, esto se puede aplicar no sólo a nivel municipal: es útil también a nivel estatal, federal e internacional. Si lo dudan, pregúntenle a Donald Trump.




martes, 23 de enero de 2018

Todos contra Hipólito

A escasos veintitrés días de haber tomado posesión como Presidente Municipal  Hipólito Rodriguez Herrero ya se ha desatado una santa cruzada contra él y la Universidad Veracruzana: se dice que frente al Palacio Municipal está la Universidad abierta, por la gran cantidad de universitarios que ahora ocupan un cargo dentro de su administración; pero, por otra parte se le reprocha que hizo a un lado a los xalapeños, pues declaró que para algunos cargos los aspirantes locales no contaban con el perfil y se trajo a fuereños a ocupar estos cargos. Con intereses aviesos, claro está.
Pero la acusación más ridícula es que mi cuñada Maria Helena Hernández, secretaria Académica de la Universidad Veracruzana lo mangonea. Sé que mi cuñada tiene carácter firme y es una luchadora infatigable, pero afirmar temerariamente, como lo hace una tal Claudia Guerrero Martínez, que mi cuñada "Interviene en las decisiones del Ayuntamiento" es una acusación que se debe sostener con pruebas y no creo que haya prueba alguna. Es decir, es una acusación notoriamente frívola: No sólo conozco desde hace años a mi cuñada; también conozco a Hipólito desde hace varias décadas. Y si de algo se puede acusar a Hipólito es de su orgullo, que raya en la soberbia, y no creo que Hipólito se preste a ser "títere" de mi cuñada... o de Sara Ladrón de Guevara. De ser así, ya le estaría hablando a mi cuñada para que me otorgase un "hueso" dentro de la administración actual. O me dieran mi "chayote" para echarle porras desde aquí.
Y hablando de cucurbitaceas, al parecer, el error de Hipólito fue decir que en su administración no habría dinero para "chayotes". Y es que Américo no dejó nada. Presumió que dejó alrededor de ocho millones de pesos, pero los dejó etiquetados para el colector de aguas fluviales (si no me equivoco) y nada más. Dejó a Xalapa llena de socavones y luminarias fundidas o en mal estado y bajo una espada de Damocles llamada "gasoducto". Pero eso sí, se apresuró a decir que los nueve difuntos descuartizados que tiraron el sábado 13 de enero del 2018 en el fraccionamiento Lomas del Tejar casi casi eran culpa de "los dos locos que nos gobiernan" ¿Quienes? ¿Yunes e Hipólito? ¿Yunes y Winckler? ¿O qué otro par de locos?
El arte de los sofistas se inventó para que los políticos tuviesen discursos para hacerse del poder. La retórica es buena para eso. Consiste en el arte de engañar a través del discurso. Dice un verso de El Barbero de Sevilla "la calumnia es un veneno que penetra en la sangre y se distribuye por todo el cuerpo". O, como dice el dicho "calumnia, que algo quedará".
Es probable que algunos de los cruzados contra Hipólito sean militantes del propio partido Morena que se quedaron fuera de la jugada y que, ahora, convertidos en auténticos Yagos (ver "Otelo" de Shakespeare) se dedican a la labor de pasillo para cobrársela. ¡Ah que la política! En todas partes se cuecen habas. Y como dijo el preciso "ningún chile les embona". ¿Saben cómo perdió México la guerra del 1847? Se los dejo de tarea. Yo, por mi parte, me siento a esperar a ver cómo gobierna Hipólito y esperaré un año para ver resultados. Por lo pronto, la primera autoridad que atendió el llamado de los vecinos de Lomas del Tejar a raíz del macabro hallazgo de los nueve cadáveres descuartizados fue el H. Ayuntamiento de Xalapa, quien nos atendió y le ha estado dando seguimiento con lo que puede hacer dentro de su ámbito de competencia. Se le nota la disposición de trabajar. Lo cierto es que a un año de labores habrán pasado las elecciones del 2018; las cuales, pienso, son el fondo y el meollo de todos estos asuntos. Ya se verá todo a su debido tiempo.

martes, 9 de enero de 2018

Poesía no soy yo

Mientras encuentro la "Defensa Siciliana" oculta en la Ley de Seguridad Interior, pues hay gente muy autorizada que dice que dentro de su ambigüedad se esconden las bases para un golpe de estado ante la inminente derrota del partido en el poder, me dirijo a Ustedes, amables lectores, en primer lugar, para desearles un feliz año nuevo y que tengan todo lo mejor, lo cual incluye a la paz, la salud, la prosperidad y el amor.
En segundo lugar, para compartirles los más recientes resultados de los ejercicios para la adquisición del difícil arte de la poesía, donde trato, como verán, sacar de la falta de inspiración al menos una confesión con sentido del humor y apego a las formas, con tres cuasi poemas de mi autoría:


EL COPIÓN UNTUOSO

Quevedo, Francisco, es el modelo
Que para a Luis de Góngora imitar,
Pronto te hará parecer como un lelo
Y mostrar de tu cerebro la tara,
Pues piensas sólo con el cerebelo
Y pura tontería vas a anotar:
Infame producto de tu ignorancia,
Tosco y feo fruto de tu arrogancia.

No porque Quevedo escribiese mal,
Sino por ser Góngora un gran barroco,
Donde no cabe tu verso inmoral
De querer echar a Galatea el moco
Perpetrando un formidable tamal
Que vuela sin orden fuera de foco,
Como de Polifemo los cabellos,
Horrendos, untuosos y nada bellos.

CON LA MENTE VACÍA

Y era de temerse
Que el falso poeta tropezara,
Despojado de la forma y de la rima,
Sin nada que decir,
Salvo obscenidades y corrupción
De retorcida mente
Y de una clase política demente
Que la estima lastima con lástima,
Desilusión, y un mar de decepción.

Con la mente vacía,
Ávido de aventuras y de ideas,
Abogado que a la ñapa se arrima,
Hipócrita amanuense,
Extranjero en Sión,
Sordo a su algazara
Y de la mediocridad Gran Visir,
Tonto vierteaguas que al truco se arrima,
De metáforas bellas invidente,
Trata de la poesía ser un ente,
Aunque sea por cumplir
Con una tarea que lo supera:
Es lento, impreciso e insuficiente.

SONETO

Cayendo una y otra vez en la gran liviandad,
Convencido de que aunque todo mi ser lo intente,
Hacer algo bien no puede mi estúpida mente:
Sufro haciendo estudios de gran verdad.

Los maestros me dicen “la gran lucha entablad”
Yo me devano los sesos estúpidamente
Pues es tupida mente la de un genio vehemente
Y no triste y rala de la escasez entidad.

Soy como el más frágil y corriente de los vidrios
Que se quiebra indefenso al chocar contra algo duro
Como los versos que escribiendo estoy ahora.

Porque son de atormentada mente mis delirios,
Disparates de orate que rápido apresuro
Para deleitar y complacer a gran señora.